
La primera marea negra que sufrió las Rías Baixas sigue presente en toda la franja costera que fue testigo de aquel fatídico accidente marítimo que se produjo en la madrugada del 5 de mayo de 1970.
El petrolero noruego Polycommander impactó en la boca de las Islas Cíes, a la altura de la playa de Aguiño, desatando un incendio visible desde Vigo hasta Oia. A día de hoy, los biólogos y marineros, no saben cuantificar con exactitud la cantidad de hidrocarburo que aún se esconde bajo las rocas, las piedras y la arena que conforman el litoral, pero, con seguridad, hay aún toneladas de chapapote impregnando el ecosistema marítimo.
Son muchos los testigos de aquella tragedia que tiñó de negro Baiona, Nigrán, Oia y O Rosal. Entre ellos está Bienvenido Durán, de 79 años y vecino de As Mariñas (Mougás). Se encontró con la tragedia al regresar del trabajo. “Daquela non había teléfonos así que non me enterei ata que cheguei á casa, pero, en canto mo dixo a miña muller baixei o mar fun comprobalo. Aquilo foi terrible, había polo menos catro ou cinco metros de anchura de chapapote dende a zona de Monteferro ata Oia pero, co calor foise metendo entre as rochas e alí segue a día de hoxe”, recuerda mientras muestra y descubre varias capas de alquitrán pegados a las rocas en la zona de San Xián, O Rosal. “Non había nin botas para protexerse e poder saír a pescar. Nos tiñamos que protexer como podiamos. Parecía que ía acabarse o mundo. Aquí ninguén limpou, o petróleo foi desaparecendo cos anos e co tempo, o mar foi arrastrándoo pero a graxa, que é a que mata, sempre quedou aí”, confirma este veterano marinero.
José Fontenla estaba faenando «ó xeito» aquella madrugada cuando dieron la alarma. “Mirade para Monteferro, está a arder. Dixeron meus compañeiros”, recuerda con claridad este marinero de Panxón. Nunca se olvidará de aquella madrugada ni de las semanas siguientes, en las que ningún marinero pudo faenar y tuvieron que emplearse a fondo para ayudar en la limpieza del hidrocarburo que salió de los tanques del petrolero noruego. “Non se sentiu explosión algunha pero, en canto miramos aquela nube negra e as chamas, collimos un taxi e marchamos para Monteferro. Alí xa vimos o barco ardendo, aquilo daba medo”, recuerda.
La pesadilla llegó con el alba. El incendio se prolongó varios días y el cielo se cubrió de un manto negro similar al de la brea que bañó la costa. “Estivemos máis dun mes sen poder saír a pescar. Veu o exército de terra a axudar a limpar e ós mariñeiros chamábanos a Garda Civil para que fóramos”, explica Fontenla repasando minuciosamente cómo transcurrieron aquellos aciagos días de trabajo, por tierra, mar y aire. “Dábannos caldeiros, aixadas, pas e había que encher camións. Ata houbo que romper o muro do club náutico de Panxón, para poder sacar os vehículos”, dice este marinero. “Pagábannos 500 pesetas de xornal polo traballo diario e era unha axuda porque non podiamos saír a fanear. Menos mal que non se perdeu toda a carga do barco, porque senón non sei o que habería pasado”, lamenta Fontenla.
Tanto en Baiona, en la zona entre la Playa Concheira y el Parador, como en la Madorra o en las Cíes, es visible el reguero de destrucción que dejó tras de sí el Polycommander. En los años setenta no existían los sistemas de emergencia actuales ni de contención o succión de hidrocarburos, por lo que el operativo se centró en quitar el petróleo empleando, según algunos expertos, medios y métodos que aún pudieron afectar más al ecosistema marítimo.
La marea blanca desatada tras el Prestige en el año 2002 nada tiene que ver con el dispositivo desplegado en 1970. A día de hoy, también es posible diferenciar a cuál de los vertidos pertenecen las manchas que aparecen y que se suman a las numerosas fugas de petróleo que se producen sin que trasciendan. Las manchas negras de los pegotes del Polycommander, evidencian la lenta biodegradación de este vertido.
