Como cada último domingo de octubre, las agujas del reloj se retrasarán una hora, por lo que la jornada dominical tendrá 25 horas en vez de 24. Así, cuando sean las tres de la madrugada retrasaremos el reloj a las dos.
El domingo que viene cambiaremos la hora y comenzaremos el horario de invierno. Quien quiera, podrá dormir una hora más. El cambio horario obedece a una directiva europea que afecta a todos los Estados miembros de la Unión y tiene como objetivo aprovechar mejor las horas de luz solar y, gracias a ello, consumir menos electricidad en iluminación.
Esta medida de modificación de los horarios comenzó a generalizarse a partir de 1974, cuando se produjo la primera crisis del petróleo y diversos países decidieron adelantar sus relojes en los meses de verano para poder aprovechar mejor la luz del sol y consumir así menos electricidad en iluminación.
Dos veces al año, habitualmente el último domingo de marzo y el último de octubre, los europeos ajustan los relojes para cumplir la directiva comunitaria 2000/84/CE. Para determinar el momento de los cambios horarios, se tuvo en cuenta el hecho de que en España existen dos horas oficiales, una para la Península y el archipiélago balear y otra para Canarias, que va una hora por detrás desde 1922.
Uno de los argumentos que emplean los defensores de adelantar o atrasar una hora el reloj es el ahorro energético, además de otros como beneficios para el comercio o la seguridad vial. Según estimaciones del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), el potencial de ahorro en iluminación en España por el cambio de hora puede llegar a representar un 5% del consumo eléctrico en iluminación, equivalente a unos 300 millones de euros. Esta medida se adopta en 70 países de todo el mundo.