O Baixo Miño alberga uno de los conjuntos más importantes de arte rupestre primitivo al aire libre de la Peninsula Ibérica.
La provincia de Pontevedra es una de las zonas de Europa con mayor concentración de grabados rupestres, sobre todo petroglifos.
Cada año de investigación aparecen nuevos hallazgos y desde la década de los años noventa, sólo en la zona de Vigo y de O Baixo Miño, surgieron al menos unas 350 nuevas piedras grabadas.
Los grabados rupestres son expresiones hechas sobre piedra, al aire libre, que parecen tener un significado simbólico-religioso. La mayor parte de ellos fueron realizados a inicios de la Edad de Bronce (1800-750 a. C.). En Galicia, el arte rupestre en general tiene, a juicio de los investigadores, una personalidad propia frente a otros focos del occidente europeo, y ésta se plasma, por ejemplo, en diversas representaciones de animales (ciervos, caballos o serpientes) y armas.
Los petroglifos, por norma general, coinciden con la aparición de las primeras comunidades campesinas y el descubrimiento de la metalurgia de cobre y bronce, en un momento situado entre el año 3.000 y el 2.000 antes de Cristo.
Los duros soportes pétreos de granito fueron las superficies elegidas para realizar los grabados, circunstancia que permitió su conservación hasta nuestros días. La exposición a los agentes erosivos naturales le confiere su aspecto actual, a veces dificil de percibir sin buenas condiciones de luz. Por ello, la primera hora de la mañana y la última de la tarde son los mejores momentos para observarlos.
De entre los 150 petroglifos localizados en Oia, cabe destacar los de Auga dos Cebros, localizados en la parroquia de Pedornes. En este petroglifo, considerado de los más antiguos de Galicia, aparece una embarcación con sus velas y tripulantes. Auga dos Cebros puede calificarse como el clímax del patrimonio histórico de este ayuntamiento. En Viladesuso se puede visitar el castro de Cano dos Mouros, pero no es el único, porque existe el Petroglifo de A Cabeciña de Mougás o el de A Pedra do Cazador en Pedornes, que representan escenas de caza. En Oia también se encuentra, entre otros, el petroglifo de A Pedra Escrita, situado en Burgueira, con el laberinto más grande que haya aparecido en Europa con sus 110 cm de diámetro.
O Rosal también cuenta con un petroglifo prehistórico en Eiras, que se sitúa en la Edad de Bronce, entre los años 1200 y 600 antes de Cristo. Mide siete metros de largo por cinco de ancho y su alto es de un metro. Fue sometido a labores de limpieza y puesta en valor por un equipo integrado por cuatro técnicos y arqueólogos de la Diputación de Pontevedra y tres operarios municipales el pasado año 2014. Este petroglifo, con inéditos grabados rupestres con figuras de círculos concéntricos, cuadrangulares y ovalados y algunas circulares, tiene la particularidad de que los grabados no se han realizado sobre granito, sino sobre esquisto que es un tipo de pizarra, dado que está localizado en una prolongación del monte Lousado.
En Tomiño destacan los petroglifos del Monte Tetón, que son la prueba de que esas tierras tomiñesas estaban habitadas allá por el siglo XX antes de Cristo (hace 4.000 años), y representan en su mayor parte momentos y actividades cotidianas y las tan típicas e inexplicables figuras laberínticas.
En varias de las piedras del monte de Santa Trega, en el municipio de A Guarda, se encuentran petroglifos elaborados 2.000 años antes de la ocupación del castro.
Por último pero no por ello menos importante, el Monte Aloia en Tui, un lugar legendario de los celtas, desde donde se pueden disfrutar bellas vistas del río Miño. Las huellas indelebles que dejó el hombre primitivo en el Parque Natural Monte Aloia de Tui, donde se encuentran los petroglifos en A Macoca, sumamente abstractos, un hacha bifaz del Paleolítico y el Castro dos Cubos, datado en la Edad de Hierro.